miércoles, 25 de marzo de 2015

EL SHOPPING DE LOS CACHIVACHES

EL MERCADO DE LA CHATARRA


¡Todo barato, todo barato y hasta yo también me vendo!”, dice la canción de 'Ric y su Conjunto Sasón', pero esta frase es una de las más repetidas en uno de los comercios más inusuales y tradicionales de la ciudad: el mercado de las pulgas del Centro. Los domingos y los lunes festivos el barrio Sucre se llena de expertos cachivacheros, patrones de la chatarra y reyes del segundazo que complacen  con sus mercancías a los más avezados clientes.

“Si necesita novia acá se la venden, y si no la tienen como usted la busca se la consiguen”, dijo entre carcajadas Enrique, quien andaba buscando un repuesto.  “Uno de aquí  no se va con las manos vacías, algo se lleva”, remató este comprador. Y está en lo cierto. En el ‘shopping’ de Sucre, que se extiende por la Carrera  9 y 10 entre Calles 16 a la 18, se pueden conseguir repuestos de vehículos y máquinas, ropa y zapatos de segunda en buen estado, toda clase de antigüedades, cargadores para celular, cables de todo tipo, electrodomésticos, juguetes, relojes, pelucas y hasta gafas con aumento.

 “La ‘merca’  se la compramos a los recicladores o uno mismo la busca y la repara. Yo tengo hasta réplicas de cuadros famosos a precio de huevo”, dijo Alexis Betancourth, quien lleva en el negocio  del mercado de pulgas más de ocho años. Esta plaza, que sólo funciona los fines de semana, puede ser bastante lucrativa. “En un día bueno uno se puede vender hasta $150.000,  eso sí, toca guerriarla”, dijo Francisco Montes quien vende zapatos de todos los estilos y prendas de vestir que van desde los  $500.

A estos maestros del cambalache les toca  llegar antes de las 5:00 a.m. para asegurar su puesto en la calle, luego extienden un plástico o cartones sobre los andenes y empiezan a subastar sus tesoros al mejor postor. 


¿No lo quiere?, ¡se lo compro!

 Muñecas con el pelo chamuscado, cepillos para embolar zapatos, partes de motocicletas, monedas extranjeras, botellas de licor vacías, pedazos de pvc, trofeos, llaves,  tuercas oxidadas,  toda clase de losa, lámparas  de kerosene, y hasta escapularios son exhibidos. Usted se preguntará ¿quién compra una alcancía rota?, pues le puedo asegurar que hay clientes para todo.

“La mejor compra que he hecho fue la de un portátil en  $100.000, y otro día compré una tortuga morrocoy en $7.000, me la llevé porque me dio pesar verla tirada en la calle y con calor, y ahora es mi mascota”, dijo Juan Carlos Erazo, quien visita el ‘shopping’ cada 8 días en busca de tesoros y ya tiene el olfato afinado para los gangazos. 

Entre  cascos industriales, fajas reductoras, pedazos de manguera, destornilladores, espátulas y ruedas de juguetes, Elmer de Jesús Villegas busca un radio pero ya lleva en la mano un vaso de licuadora que  compró en 4.000 pesos. “Acá todo es más económico y lo mejor es que se encuentran cosas  que no venden en ninguna otra parte”, aseguró Elmer, quien cada ocho días  llega al Centro  con 10.000 pesos en el bolsillo y se lleva un canasto lleno de cacharros. 

En medio de la algarabía, se nota que la vida en Sucre no es fácil, ni siquiera para alguien como Wilson Rodríguez, que se conoce todos los metederos de estas calles. “Me robaron mi carreta llena de chatarra, me confié y paila”, dijo mientras nos enseñaba el denuncio que interpuso. Y es que con la ‘fuma’ en la que Wilson mantiene a diario,  no se puede quejar porque la suerte también le ha sonreído. “La otra vez recogí un jacuzzi y lo vendí en $50.000”, comentó entre risas. 

Tarots, crucifijos, televisores, abanicos, y hasta cortauñas viejos hacen parte de esta colección, una mina deseable para los cazadores de tesoros.

Rebuscadores de sueños
“Hoy vendo chicles, mañana lapiceros y si el cielo me da limones pues vendo limonada”, dice con el encanto paisa Richard (foto izquierda) quien busca un plante de chatarra para montar su propio negocio. Por su lado Martha y Katherin (foto derecha) son madre e hija y todos los fines de semana bajan desde Siloé en busca de un ingreso extra para el sustento de su familia.

*Nota publicada en el periódico Q'hubo.
Fotos: Wirman Ríos/Q'hubo


  • Muchos de los vendedores de la zona son habitantes de la calle que buscan ganarse la vida dignamente.
  • A este mercado de pulgas llega gente de todos los estratos sociales a comprar. También venden mercancía nueva.


viernes, 20 de marzo de 2015

UN SOBREVIVIENTE DE LA BOMBA ATÓMICA EN CALI

EL SOBREVIVIENTE DE HIROSHIMA


En el verano del 6 agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, el día del juicio final cayó en Hiroshima, Japón. Fue una inmensa bola de fuego que alzó una nube con forma de hongo que arrasó todo aliento de vida y fulminó la esperanza. Fue el primer ataque nuclear ordenado por el gobierno de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y que dejó en esta ciudad del oeste de Japón un desierto cubierto de cenizas,  carente del soplo de   vida.

 Pero, cuando parecía que nada podría sobrevivir en esta sequía de esperanza, en la primavera de 1946 brotaron semillas de algunos árboles que se abrieron camino entre las enredadas y carbonizadas raíces. Nacieron árboles, los sobrevivientes de Hiroshima. Pero, ¿qué tiene que ver Hiroshima, un árbol, un ruso y Cali?

Una historia de vida. 
Vladimir Rouvinski es ruso y llegó a Cali en 1997. “Vine movido por el amor, porque a mi esposa la llamaron para trabajar  en la Universidad del Valle y obviamente me vine  detrás de ella”.  Vladimir es amable, excelente conversador y con un sentido del  humor muy fino. Actualmente es el director del  Centro de Estudios Interdisciplinarios Cies de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Icesi,  y se siente tan caleño que ya dice “mira vé”. “Vivo feliz en Cali, aquí es como un eterno verano y la gente es muy alegre”, aseguró.

Este ruso es la conexión entre Cali e Hiroshima, pues fue el portador de las semillas que simbolizan  la vida y que hoy están plantadas representando la vida. 
“En el 2001 me gané una beca  para estudiar una maestría en Japón. “En Hisroshima todavía se ven muchas secuelas de la bomba atómica. Es una ciudad  atípica porque la tuvieron que reconstruir desde cero y en las calles uno se encuentra a   sobrevivientes  con deformaciones físicas y otros que nacieron con  malformaciones por los efectos de la radiación”.

Según Vladimir, en esta ciudad de Japón huele, se siente y se palpa  el miedo, a pesar de los esfuerzos por salir adelante. “Cuando estas semillas brotaron de  la tierra,  para los japoneses fue un  símbolo fuertísimo, de que la vida sí es posible donde ellos creyeron que jamás renacería algo y entendieron que a pesar del desastre la vida continúa”, aseguró

Y llegó el alcanforero. 
Estas semillas pronto se convirtieron en árboles y los residentes las guardaron  como el tesoro más valioso. “Cuando llegaron las Naciones Unidas se pensó en distribuir todo el conocimiento sobre lo que pasó, y  se creó la iniciativa  ‘Green Legacy Hiroshima’, que consiste  en sembrar  estas semillas por el mundo”, puntualizó el profesor.

 Actualmente hay árboles plantados en Argentina, Chile, Rusia y en Cali, gracias a que  justo cuando las repartieron Vladimir estaba en Japón... de ahí la conexión. 
“La semilla la planté en mi casa, la cuidé mucho, porque no es fácil de que sobrevivan en otro hábitat y hace un año y medio decidí entregarlo a la Universidad Icesi como símbolo del respeto a la vida, a la esperanza y del perdón”, dijo Vladimir.




Hoy, el Alcanforero tiene tres años de edad, pero su expectativa de vida es de 700 años. Mide 2 metros con 50 centímetros, pero puede alcanzar 20 metros de altura, es todo un titán de la vida.
 “En un país con tanto conflicto, este árbol tiene un mensaje fuerte, de sobrevivir en medio de las cenizas”.

*Nota publicada en el Periódico Q'hubo
Fotos: Giancarlo Manzano/Q'hubo