miércoles, 7 de octubre de 2015

UNA VIDA CON OLOR A MUERTE


La línea que divide la vida y la muerte es muy fina y fácil de romper. José Herney Cajicá ha sido testigo de su rompimiento miles de veces, tanto que ya perdió la cuenta. Este hombre del barrio El Cortijo, lleva 25 de sus 52 años de vida inhalando el olor de la descomposición, viendo cómo la sorpresa de la muerte queda reflejada en los rostros inertes y sintiendo cómo en sus huesos se cala el frío de la incertidumbre de no saber qué sucede en el más allá. Pese a esto, José luce sereno, tranquilo, como el que resignado se sienta a esperar.


En sus días de portero, cuando su rutina de trabajo consistía es estar pendiente de la entrada y salida de personal en el acceso del Banco de Sangre del HUV, no se le pasaba por la mente que el resto de su vida, o lo que lleva de ella, se lo ganaría con cadáveres.

“Como el anfiteatro quedaba al lado de mi puesto de trabajo, en mis ratos libres me metía a ver cómo hacían las necropsias y la vaina me quedó gustando”, comentó José, a la vez que forraba sus manos con un par de guantes de látex y cubría su sonrisa de hombre bonachón con un tapabocas.

Fue así como José Herney aprovechó una vacante que hubo en la Morgue el HUV y pasó de ser portero a ser disector o en términos coloquiales, el que realiza las necropsias.

“No me arrepiento del cambio, por el contrario, esto me motivó para seguir aprendiendo de manera empírica y ahora hasta doy clases de Criminalística en un instituto”, comentó, confirmando que la ‘parca’ es y ha sido su musa de inspiración.



‘Escudriñar’ los cuerpos, su especialidad.



José ya tiene los guantes y el tapabocas puesto. Está vestido de blanco, quizás para hacerle contraste al luto. Coge de la bandeja de lámina metálica el cuerpo de un difunto y lo envuelve en una sábana, como enrollando un billete . No es que sea indolente o insensible, sino que cogió práctica tras tantos años de estar haciendo lo mismo. Los muertos ya no lo asustan y mucho menos lo impresionan, a excepción de los niños. “Eso sí es muy duro, abrir a un bebé es algo que no se quita de la mente, porque uno tiene hijos y nietos”. Lo que no vimos fue que antes de enrollar el cuerpo y sacarlo en una camilla con un chillido estremecedor, lo tuvo que abrir y tomar muestras de sus órganos, pues las necropsias que José realiza son con fines educativos y se demoran hasta dos horas.

Con sus instrumentos, los cuales conoce mejor que a su propia mujer, hace cortes perfectos de corazón, pulmón, riñón, tejidos musculares, cerebro y cuanta pieza pueda recolectar. Muchas las conserva en formol sobre una repisa, como trofeos. “Lo más impresionante que he visto fue un tumor de 30 kilos, lo tenía un señor dentro del estómago”, comentó mientras sacaba de un enorme balde un corazón y nos mostraba el taponamiento que tenía y que le había causado un infarto a un fulano.

Un hombre de rutinas.  



Lo primero que este disector hace al llegar a la Morgue es encomendarse a la Virgen Dolorosa para que lo proteja, no de los vivos como lo haría cualquier creyente, sino de los que están en el otro mundo. “Es que uno se puede chuzar con un hueso, o con una aguja cuando está cosiendo un cadáver y eso sí da miedo, contagiarse de alguna enfermedad”.Y es que el altar de la Virgen Dolorosa lo tiene en su despacho y como todo en su vida, ésta también tiene historia. “Una vez una señora encontró el cuerpo de su hijo acá, entonces se arrodilló y dijo -¡Gracias Dios mío por quitarme este karma!- y siguió rezando, así que hice una rifa de un televisor y con eso le construí el altar a la virgen, para que los que vienen a reclamar a sus finados tengan un espacio para consolar su corazón y su alma”.

Para entrar a la Morgue hay que tener el estómago bien amarrado. Huele a hipoclorito con vetas de putrefacción y los sentidos se afinan hasta el punto de que cualquier sonido pone los nervios de punta.

“A mí nunca me han asustado. Uno sí escucha sonidos y golpes, pero eso es porque los cuerpos quedan con gases, eructan y se ventosean, pero eso no es nada paranormal, ¡el muerto, muerto está!

Y a pesar de que José aprendió a tener nervios de acero, hay una sola cosa que, paradójicamente, lo aterra: su propia muerte. “Cada vez que llega un cadáver pienso en el momento en el que estaré en esa mesa, y también me pregunto por quién me hará la necropsia. Ni siquiera me imagino cómo me gustaría morir, le tengo miedo al día que me toque el turno”.



necropsias puede realizar José en un solo día.






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