LLANO BAJO, UN PUEBLO FANTASMA
Llano Bajo, en Buenaventura,es un paraíso terrenal. En esta tierra, donde los Caicedo, Camacho, Córdoba y Gamboa abundan, brota el agua de la tierra y también cae del cielo. Sus 1.628 km2 son ricos en fauna y flora, y su gente es tan cálida como sus 32 grados promedio de temperatura. Sin embargo, este pueblo de 580 años de historia agoniza bajo el tridente de la violencia, de la dureza del
hambre y la pobreza.
Nayibe Ángulo, una morenaza de hablar pausado y cadencioso, fue la encargada de adentrarnos a
esta vereda que hace parte del corregimiento número 8 del Puerto. Ella, junto a Melquisedec Riascos,
está empeñada en remendar el tejido social de esta comunidad y detener el éxodo de sus ‘paisanos’. "Los llanobajeños tuvieron que dejar sus casas, sus animalitos y su vida huyendo de la violencia. Algunos retornaron, pero ahora la gente joven se va porque no hay empleo y el hambre desespera”, aseguró.
Y como si el paraíso hubiese sido castigado, hace un año una plaga le cayó a la palma de chontaduro,
el sustento económico de la región... esta plaga también se comió la única esperanza de progreso.
Un pueblo fantasma.
Mientras caminábamos hacia la casa de Clementina Caicedo, la última partera de Llano Bajo, lo único que nos acompañaba era el arrullo del río Anchicayá. Entre los muros roídos por la tristeza
se colaban los fantasmas de las casi 40 personas que fueron asesinadas en dos masacres y en varios
asesinatos selectivos.
Clementina, quien por años ha sido testigo del milagro de la vida, no puede borrar de sus ojos
el rostro de la muerte. “Eso fue una madrugada de mayo del 2000. Hombres armados venían haciendo el barrido de la muerte desde arriba, iban sacando de las veredas a campesinos y luego
de interrogarlos asesinaron a 13”. Esta orgía de sangre se le atribuye al Bloque Pacífico y al Bloque Calima de las AUC.
En el 2004, nuevamente llegaron hombres con botas y encapuchados, y en plena fiesta del Día del
Padre dispararon a diestra y siniestra contra los asistentes. El saldo fue de ocho personas muertas y
una decena más heridas. “La gente se fue despavorida solamente con lo llevaba puesto. Nosotros
somos gente pacífica y la violencia que un día nos aniquilóó, por acá no volvióó a aparecer”, aseguró
Nayibe.
También, Carmen Camacho cuenta que se fue de Llano Bajo por miedo, pero que el amor por su
tierra la hizo regresar. “Cuando asesinaron a mi sobrino me fui para Buenaventura con tres hijos
y un nieto, fue muy triste dejar mi vida entera. Traté de comenzar nuevamente con una caja de
mamoncillos que me fui a vender a la galería, y ese fue mi sustento por seis años. Luego regresé a Llano Bajo porque en ‘Tura’ la cosa está fea y aunque encontré mi casa totalmente derruida, aquí me
quedo y aquí muero”, aseguró la mujer de 79 años, pero su aspecto la hace ver 20 años menor.
La puerta del paraíso.
¿Qué es lo que tiene Llano Bajo que a pesar de la austeridad hace que su gente se aferre como una
abeja a su panal? La respuesta estaba a unos 45 minutos de camino cuenca arriba.
Llegando a la zona de Tatabro iniciamos una caminata en medio de quebradas cristalinas, de chíperos, guarumos, chaquiros, chanús, paletones, perdices, zorros, tigrillos y venados. El golpe del agua avisa que el clímax está cerca. Se trata de cuatro imponentes cascadas que forman pozos de agua cristalina de tres y ocho metros de profundidad. En ellos abundan los peces y envuelve a cualquiera en un éxtasis de belleza y tranquilidad.
Este tesoro natural es lo que hace que Llano Bajo sea mágico y que a pesar de las angustias los pocos
que quedan se niegan a dejarlo morir. “La época de la violencia ya pasó, esa guerra que nunca entendimos ya cogió otro rumbo. Ahora estamos luchando contra el hambre y buscando otras alternativas para vivir”, aseguró Melquisedec.
No hay duda de que esta vereda tiene un encanto especial. El reflejo de las masacres se va perdiendo
entre las enormes sonrisas de dientes blancos de sus gentes, de los niños pescando en el río
Anchicayá, de las abuelitas trenzando cabellos, de los hombres cultivando y de las mujeres meneando las ollas con pepa de pan y papa china. Llano Bajo palpita, está vivo y se niega a desaparecer.
El oro también se acabó.
La fiebre del 'oro' también llegó a esta vereda, llena de promesas, de billetes de 20 y 50 mil pesos,
de abundancia y de risas falsas. Pero consigo trajo problemas ambientales, miedo y ruina. “La gente arrasaba con sus cultivos con la esperanza de encontrar oro en su tierra. Arrancaron ñame, papa china, plátano y chontaduro y cuando de tanto escarbar solo veían más tierra, no podían contener el llanto, la fiebre del oro los dejaba sin nada”, narró Omar Angulo, quien con lo que le dejó el metal precioso levantó su casa en ladrillo y ahora es uno de los pioneros de nuevas propuestas productivas.
De aquello tiempos solo quedan recuerdos que se evidencian en enormes cráteres que dejaron las
máquinas, en las lagunas no naturales que amenazan con desbordarse en época de lluvias y en algunos niños 'colorados' (mestizos) producto de los amoríos de algunos paisas que se cruzaron
con las llanobajeñas. Aquí el oro también se acabó.
Las tradiciones se pierden.
Este es el miedo de Carmen Camacho, una de las pocas valientes que ha resistido la violencia, la
hambruna y las plagas sin irse de su tierra. Lleva 81 años viviendo en la misma casa. “De las tradiciones de antes queda poco, ya los niños no cantan currulaos. Lo único que sigue intacto es el canto a la muerte, ese con el que acompañamos los velorios con alabaos y chigualos”, dice esta matrona mientras la tristeza que produce la añoranza nubla sus ojos.
Los mitos y las leyendas también se van perdiendo en la memoria. Ya los niños no se asustan con la
historia de la ‘Tunda’, esa señora que tenía un pie ‘voltiao’, que se llevaba a los desobedientes al monte y les daba de comer camarones que se sacaba del ‘fundillo’. Ahora los más chicos se asustan con historias reales, esas de ‘paracos’y‘guerrillos’ que a punta de bala los silencian para siempre.
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