viernes, 20 de marzo de 2015

UN SOBREVIVIENTE DE LA BOMBA ATÓMICA EN CALI

EL SOBREVIVIENTE DE HIROSHIMA


En el verano del 6 agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, el día del juicio final cayó en Hiroshima, Japón. Fue una inmensa bola de fuego que alzó una nube con forma de hongo que arrasó todo aliento de vida y fulminó la esperanza. Fue el primer ataque nuclear ordenado por el gobierno de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y que dejó en esta ciudad del oeste de Japón un desierto cubierto de cenizas,  carente del soplo de   vida.

 Pero, cuando parecía que nada podría sobrevivir en esta sequía de esperanza, en la primavera de 1946 brotaron semillas de algunos árboles que se abrieron camino entre las enredadas y carbonizadas raíces. Nacieron árboles, los sobrevivientes de Hiroshima. Pero, ¿qué tiene que ver Hiroshima, un árbol, un ruso y Cali?

Una historia de vida. 
Vladimir Rouvinski es ruso y llegó a Cali en 1997. “Vine movido por el amor, porque a mi esposa la llamaron para trabajar  en la Universidad del Valle y obviamente me vine  detrás de ella”.  Vladimir es amable, excelente conversador y con un sentido del  humor muy fino. Actualmente es el director del  Centro de Estudios Interdisciplinarios Cies de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Icesi,  y se siente tan caleño que ya dice “mira vé”. “Vivo feliz en Cali, aquí es como un eterno verano y la gente es muy alegre”, aseguró.

Este ruso es la conexión entre Cali e Hiroshima, pues fue el portador de las semillas que simbolizan  la vida y que hoy están plantadas representando la vida. 
“En el 2001 me gané una beca  para estudiar una maestría en Japón. “En Hisroshima todavía se ven muchas secuelas de la bomba atómica. Es una ciudad  atípica porque la tuvieron que reconstruir desde cero y en las calles uno se encuentra a   sobrevivientes  con deformaciones físicas y otros que nacieron con  malformaciones por los efectos de la radiación”.

Según Vladimir, en esta ciudad de Japón huele, se siente y se palpa  el miedo, a pesar de los esfuerzos por salir adelante. “Cuando estas semillas brotaron de  la tierra,  para los japoneses fue un  símbolo fuertísimo, de que la vida sí es posible donde ellos creyeron que jamás renacería algo y entendieron que a pesar del desastre la vida continúa”, aseguró

Y llegó el alcanforero. 
Estas semillas pronto se convirtieron en árboles y los residentes las guardaron  como el tesoro más valioso. “Cuando llegaron las Naciones Unidas se pensó en distribuir todo el conocimiento sobre lo que pasó, y  se creó la iniciativa  ‘Green Legacy Hiroshima’, que consiste  en sembrar  estas semillas por el mundo”, puntualizó el profesor.

 Actualmente hay árboles plantados en Argentina, Chile, Rusia y en Cali, gracias a que  justo cuando las repartieron Vladimir estaba en Japón... de ahí la conexión. 
“La semilla la planté en mi casa, la cuidé mucho, porque no es fácil de que sobrevivan en otro hábitat y hace un año y medio decidí entregarlo a la Universidad Icesi como símbolo del respeto a la vida, a la esperanza y del perdón”, dijo Vladimir.




Hoy, el Alcanforero tiene tres años de edad, pero su expectativa de vida es de 700 años. Mide 2 metros con 50 centímetros, pero puede alcanzar 20 metros de altura, es todo un titán de la vida.
 “En un país con tanto conflicto, este árbol tiene un mensaje fuerte, de sobrevivir en medio de las cenizas”.

*Nota publicada en el Periódico Q'hubo
Fotos: Giancarlo Manzano/Q'hubo

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