HACEN ZAPATOS Y PURIFICAN ALMAS
El cielo no está estrellado. Los puntos que iluminan el tono negruzco de esa noche son los de las balas que salen como ráfagas de los fusiles R15 y M16. *Antonio corre en medio de la oscuridad. Trata de abrir sus ojos pero la sangre, aún caliente, nubla su visión. Sigue corriendo abriéndose paso entre las ramas, lo guían los gritos de sus camaradas que van más adelante.
De un momento a otro su pierna flaquea... siente un dolor que le perfora el alma. Una bala acaba de atravesar su tibia y su peroné. Grita, cae al suelo y luego le viene al oído un sonido repetitivo, el de una máquina de coser. Antonio despierta y se entera de que está en medio de suelas de zapatos y aroma a pegante y cuero. Respira profundo, como tomando bocanadas de alivio, se toma tres segundos para reponerse de sus recuerdos y continúa haciendo zapatos.
Al igual que Antonio, en un taller del barrio San Bosco se tejen cientos de historias de reinsertados y víctimas del conflicto armado, a la vez que se fabrican zapatos con un propósito que va más allá de calzar: tienen sentido social.
Gustavo Adolfo Vivas, director de la Corporación de Desarrollo Productivo del Cuero, Calzado y Marroquinería (CDP), cuenta que en este espacio, con capacidad para producir 400 pares de calzado al día, se cambiaron las armas por cadenas productivas.
“El programa se llama Taller Escuela, donde capacitamos recurso humano y lo vinculamos a las empresas del sector. Con fondos del gobierno de los Estados Unidos graduamos semestralmente a 100 ex militantes de la guerrilla y los grupos paramilitares que ahora se preparan para la vida”, dijo Vivas.
De mercenarios a zapateros.
Para esta nota lo llamaré ‘Ché Guevara’, lo digo por el gorro que lleva puesto con la imagen de este líder revolucionario. Nació en el Patía, Nariño, y no podemos revelar su nombre ni su rostro porque se escapó del frente 29 de las Farc y para eso tuvo que entregar mucha información y a varios compañeros.
Hoy tiene 23 años, le gusta hacer música y en su hoja de vida está impreso que sabe hacer zapatos.
Este joven, que en 45 segundos era capaz de armar y desarmar cualquier arma con los ojos vendados, hoy utiliza sus manos para montar moldes, suelas y plantillas.
“Me crié con mi bisabuela y desde los siete años de edad empecé a ganarme la vida. Comencé haciendo mandados para la guerrilla, me tocaba llevar y traer el dinero de los ‘impuestos’ y en un día me podía ganar hasta tres millones de pesos.
El ‘Ché Guevara’, quien paradójicamente también se ganó la vida como raspachín y fumigador, se enlistó a los 13 años. “Ellos lo convencen a uno de meterse a las Farc. Nos dejaban tocar las armas y acariciarlas como si fuera el cuerpo de una mujer, uno aprende a desearlas, esa es la golosina”, dijo.
A los tres meses el ‘Ché’ ya estaba ‘caliente’ y en la mira de los paramilitares. “Imagínese, yo con 13 años y ya tenía encima la presión de que me iban a matar. A la final, todo eso que sentía lo tomé a mi favor y declaré que si me iban a llevar tenía que ser sobre mi cadáver y le fui perdiendo el miedo a la muerte. Fue entonces cuando me volví un mercenario, hacía todo lo que ellos hacen, los trabajos sucios”, declaró.
Entre su lista de tareas en el Frente 29 de las Farc estaba cobrar ‘vacunas’, participar en combates y reclutar, a la fuerza, a otros menores.“¿Episodios duros? ¡muchos! (suelta una sonrisa nerviosa) como la primera vez que le disparas a alguien, cuando te toca el primer combate y el hostigamiento es tan fuerte que solo deseas estar en tu casa. Para quitarnos el miedo nos daban a comer pólvora con limón, eso lo enciende a uno y al escuchar los disparos uno se mete como loco al ‘fogueo’. Al final asesinas por inercia, se vuelve algo tan común como caminar”, relató el ‘Ché’.
A los 16 años este joven nariñense ya estaba cansado de su vida y fue cuando decidió escaparse del sueño militante que nunca se hizo realidad. “Yo siempre he querido ser alguien importante, pero ese no es el camino. ¡Resalte esto por favor! el poco desarrollo que tiene el campo y la pobreza, hacen que los niños se metan a la guerrilla. En el campo no hay más opciones”, finalizó el ‘Ché’, quien luego de la entrevista siguió haciendo zapatos, oficio que se convirtió en la columna y el frente de su nueva vida.
Perdón y olvido.
“Soy reinsertado, tengo 44 años y gracias a Dios lo que hice en el pasado está enterrado”, es como se presenta *Granja, un hombre corpulento, afrodescendiente y ahora profesional del calzado.
Desde hace tres años aprende como un niño a manejar máquinas, mientras olvida las penurias que vivió cuando estuvo en el frente 29 de las Farc que operaba en Nariño.
“Esa vida es lo peor (hace una larga pausa). Allá uno hace muchas cosas malas, lo mandan a matar gente inocente y yo con eso si no pude más”, dice Granja, mientras por su frente corre una gruesa gota de sudor.
El miedo quizás sea el sentimiento más común de los cientos de reinsertados que en este taller, del barrio San Bosco, se empeñan en empezar de cero.
Tal vez las cicatrices que tienen sus cuerpos y sus almas no se borren haciendo calzado para niños de escasos recursos, pero no hay duda de que el trabajo les sirve de catarsis, de purificación.
Muchos de ellos no piden olvido, sólo imploran perdón, así sea que llegue en la forma de un zapato
La arrastró el amor
El único pecado de *Virginia fue enamorarse de un comandante de escuadra de la columna segunda de las Farc en el Cauca. “Él me pintó el paraíso, me dijo que eso allá era muy bueno y me fui para el monte. Allá nos separaron y me di cuenta de que me había metido en el infierno, eso allá es muy duro”, relató esta joven de 22 años quien se fugó de la guerrilla y ahora está aprendiendo a elaborar calzado. Virginia fue centinela, combatió en el monte y también hizo labores en la ‘rancha’, es decir, la cocina.
“Allá la que se enamora pierde. La que quede embarazada la hacen abortar, y a la que le dejan tener el bebé debe abandonarlo y volver al campamento”.
*Nota publicada en el periódico Q'hubo Cali.
Fotos: Raúl Palacios - Q'hubo
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