miércoles, 7 de octubre de 2015

UNA NOCHE EN EL SÓTANO


Para sumergirse en el universo gay sólo basta con bajar las escaleras que conducen al sótano. Aquí, a unos 5 metros bajo tierra, ocurre la metamorfosis de cientos de transformistas  que salen de su caparazón y se escabullen entre las luces láser y la música.

El Sótano queda en el Centro de Cali y tiene nombre de discoteca. Afuera se puede divisar un trozo de lo que será el interior. Carros lujosos repletos de hombres, muchachos andrógenos que no pasan de los 20 años de edad y mujeres que al final de la noche exhalan hombría para marcar su territorio.

Un reinado transformista fue el pretexto para adentrarnos. El contacto lo hicimos por teléfono con Hugo. Por la voz me lo imaginaba como un hombre mujeriego, quizás recorrido y hasta 'charlón', pero ante mi se paró una hermosa rubia de mirada pícara, con un vestido que marcaba sus sensuales curvas y con unos tacones de 8 cm. de alto. 

“En la tarde hablaste con Hugo, pero ahora soy Michelle Pfeiffer”, me dijo el mismo hombre del teléfono, pero ahora con voz de fémina. Comenzamos el descenso al paraíso trans.

La canción que retumbaba por los parlantes era ‘Maldito el tiempo’ de 'Michel El Buenón' mientras mi nariz percibía un olor como a caramelo, producto de la mezcla de perfumes. La oscuridad era contrastada con las luces coloridas y la decoración sofisticada, pero el humo viscoso le servía a más de uno para ocultar sus rostros ante la visita de heterosexuales extraños.

Michelle nos puso a tono con el cuento del reinado. Mientras nos contaba que esta era la quinta versión y que sólo podían participar transformistas, es decir, aquellos que se visten como mujer pero que no son operados, yo no podía dejar de mirar sus labios carnosos color rosa y su sensualidad, era toda una mujer.

Michelle o mejor Hugo, es comunicador social, tiene 21 años y trabaja organizando eventos. Ella no sueña con ser biológicamente una mujer (con óvulos y útero) porque ya lo es en alma y lo refleja con su cuerpo. “En este reinado se valen pelucas, cintas, fajas, rellenos, espuma y cualquier otro truco”, dijo la rubia mientras una gota de sudor amenazaba con destruir el elaborado maquillaje que tal vez le tomó horas.

La testosterona no hizo presencia aquella noche. Un hombre fornido y vestido con un pantalón ajustado que dejaba apreciar el tamaño de su miembro, comenzó a ejecutar sexys movimientos al son de ‘A dormir junticos’; no había terminado la primera estrofa cuando se le acercó un señor de unos 60 años, lo apretó contra su cuerpo y ambos se unieron en un mismo apasionado vaivén.

Al otro lado de la pista una pareja hacía público su amor. Sus lenguas se abrían paso entre sus húmedas bocas mientras sus manos se entrelazaban cómplices del deseo. En este Sótano la comunidad LGTBI es libre de expresar su sexualidad, aquí se pueden amar sin censura. 

Igual que en el mundo ‘hetero’ había toda clase de parejas: catanos amacizando a sus ‘pollos’, quizá para exprimirles un poco de juventud. Hubo peleas y reconciliaciones con 'chupada de trompa', miradas celosas y parches en busca del ‘entuque’ de la noche. Aquí todo es igual a cualquier discoteca, sólo que más extravagante y con cambio de roles.

Lady Gaga fue quien guió los pasos de las 10 candidatas aprovechando el ‘plumero’ que se levantó con su canción ‘Poker face’, quienes como cualquier diva llevaban trajes de gala muy elaborados, llenos de piedras y lentejuelas. Aunque la mayoría eran del Valle, decir que eran representantes de India, Italia y España les daba un toque de glamour. Parecía el templo de la belleza, cada detalle del atuendo estaba fríamente calculado.

Ellas nunca podrán casarse ni tener hijos (al menos en Colombia), no pueden ir a la iglesia cogidos de la mano, y no se pueden besar en un restaurante sin ser juzgados, pero no fue sino ver sus caras de felicidad mientras se pavoneaban, para comprender lo bien que se sienten con su sexualidad y aunque viven en un cuerpo equivocado, han aprendido a sortear las limitaciones de la naturaleza.

Al final de la noche coronaron a Dayana Ferrer, representante de República Dominicana y la euforia se fue desvaneciendo a medida que el sol amenazaba con liquidar su secreto.

Se abrieron las puertas de El Sótano y comenzó el ascenso a la realidad, aquella donde el proceso de liberación se invierte y deben volver a su molesta caparazón.



UNA VIDA CON OLOR A MUERTE


La línea que divide la vida y la muerte es muy fina y fácil de romper. José Herney Cajicá ha sido testigo de su rompimiento miles de veces, tanto que ya perdió la cuenta. Este hombre del barrio El Cortijo, lleva 25 de sus 52 años de vida inhalando el olor de la descomposición, viendo cómo la sorpresa de la muerte queda reflejada en los rostros inertes y sintiendo cómo en sus huesos se cala el frío de la incertidumbre de no saber qué sucede en el más allá. Pese a esto, José luce sereno, tranquilo, como el que resignado se sienta a esperar.


En sus días de portero, cuando su rutina de trabajo consistía es estar pendiente de la entrada y salida de personal en el acceso del Banco de Sangre del HUV, no se le pasaba por la mente que el resto de su vida, o lo que lleva de ella, se lo ganaría con cadáveres.

“Como el anfiteatro quedaba al lado de mi puesto de trabajo, en mis ratos libres me metía a ver cómo hacían las necropsias y la vaina me quedó gustando”, comentó José, a la vez que forraba sus manos con un par de guantes de látex y cubría su sonrisa de hombre bonachón con un tapabocas.

Fue así como José Herney aprovechó una vacante que hubo en la Morgue el HUV y pasó de ser portero a ser disector o en términos coloquiales, el que realiza las necropsias.

“No me arrepiento del cambio, por el contrario, esto me motivó para seguir aprendiendo de manera empírica y ahora hasta doy clases de Criminalística en un instituto”, comentó, confirmando que la ‘parca’ es y ha sido su musa de inspiración.



‘Escudriñar’ los cuerpos, su especialidad.



José ya tiene los guantes y el tapabocas puesto. Está vestido de blanco, quizás para hacerle contraste al luto. Coge de la bandeja de lámina metálica el cuerpo de un difunto y lo envuelve en una sábana, como enrollando un billete . No es que sea indolente o insensible, sino que cogió práctica tras tantos años de estar haciendo lo mismo. Los muertos ya no lo asustan y mucho menos lo impresionan, a excepción de los niños. “Eso sí es muy duro, abrir a un bebé es algo que no se quita de la mente, porque uno tiene hijos y nietos”. Lo que no vimos fue que antes de enrollar el cuerpo y sacarlo en una camilla con un chillido estremecedor, lo tuvo que abrir y tomar muestras de sus órganos, pues las necropsias que José realiza son con fines educativos y se demoran hasta dos horas.

Con sus instrumentos, los cuales conoce mejor que a su propia mujer, hace cortes perfectos de corazón, pulmón, riñón, tejidos musculares, cerebro y cuanta pieza pueda recolectar. Muchas las conserva en formol sobre una repisa, como trofeos. “Lo más impresionante que he visto fue un tumor de 30 kilos, lo tenía un señor dentro del estómago”, comentó mientras sacaba de un enorme balde un corazón y nos mostraba el taponamiento que tenía y que le había causado un infarto a un fulano.

Un hombre de rutinas.  



Lo primero que este disector hace al llegar a la Morgue es encomendarse a la Virgen Dolorosa para que lo proteja, no de los vivos como lo haría cualquier creyente, sino de los que están en el otro mundo. “Es que uno se puede chuzar con un hueso, o con una aguja cuando está cosiendo un cadáver y eso sí da miedo, contagiarse de alguna enfermedad”.Y es que el altar de la Virgen Dolorosa lo tiene en su despacho y como todo en su vida, ésta también tiene historia. “Una vez una señora encontró el cuerpo de su hijo acá, entonces se arrodilló y dijo -¡Gracias Dios mío por quitarme este karma!- y siguió rezando, así que hice una rifa de un televisor y con eso le construí el altar a la virgen, para que los que vienen a reclamar a sus finados tengan un espacio para consolar su corazón y su alma”.

Para entrar a la Morgue hay que tener el estómago bien amarrado. Huele a hipoclorito con vetas de putrefacción y los sentidos se afinan hasta el punto de que cualquier sonido pone los nervios de punta.

“A mí nunca me han asustado. Uno sí escucha sonidos y golpes, pero eso es porque los cuerpos quedan con gases, eructan y se ventosean, pero eso no es nada paranormal, ¡el muerto, muerto está!

Y a pesar de que José aprendió a tener nervios de acero, hay una sola cosa que, paradójicamente, lo aterra: su propia muerte. “Cada vez que llega un cadáver pienso en el momento en el que estaré en esa mesa, y también me pregunto por quién me hará la necropsia. Ni siquiera me imagino cómo me gustaría morir, le tengo miedo al día que me toque el turno”.



necropsias puede realizar José en un solo día.






lunes, 1 de junio de 2015

LOS ÁNGELES DE LOS PELUDOS

LOS ÁNGELES DE LOS PELUDOS


Así como el  Flautista de Hamelín, aquel  hombre que cuando tocaba  flauta atraía tras él centenares de ratones, Edgar Tascón Robles tiene el magnetis mo para atraer a perros abandonados. Él no usa música, sino que les entrega por completo su corazón y hasta su vida.

Esta historia no es de fantasía, es real y ocurre en la vereda El Guabito, del municipio de Ginebra, donde Edgar tiene el albergue canino más grande de Suramérica. Se llama Fundación Animal Safe, donde  720 peludos encontraron un hogar y una nueva oportunidad. “Ellos son mi familia. Tuve que renunciar a todo cuando comencé en esto, pero es una labor muy gratificante”, aseguró Edgar, quien es ingeniero eléctrico, realizó un máster en USA, fue candidato a doctorado y desde hace 15 años se dedicó a rescatar perros.

Edgar no está loco como le han dicho muchos, más bien es un hombre que tiene que hacer aparecer por arte de magia la suma de $40 millones al mes para sostener a sus hijos peludos. Como se lo imaginarán, no recibe ningún tipo de ayuda institucional y sus gastos personales los suplen sus hijos humanos, ya que rescatar animales no es una actividad rentable. “Hacemos milagros para sobrevivir. Afortunadamente o desafortunadamente esos perritos dependen  mí, la suerte de ellos es la suerte mía, ¿y cuando yo falte? por eso ni siquiera me puedo enfermar, porque un día que no salga a buscar recursos, es un día en el que ellos se quedarán sin comer”, afirmó Edgar, mientras recibe varios lambetazos en su cara y su camisa queda marcada con huellas caninas. Ellos, los animales, se lo agradecen.

Ángeles sin alas.
Quizá una de las  defensoras de los animales  más reconocidas en la ciudad es Liliana Ossa y su fundación Paz Animal, pero al igual que ella hay decenas de fundaciones, y jóvenes activistas que usan las redes sociales para promover causas animalistas.

Una de ellas es Yamileth Rodríguez, quien hace 20 años trabaja con Sentir Animal, entidad encargada de recuperar caballos que son incautados. “En Colombia somos reconocidos por nuestra labor, en el momento tenemos 82 equinos que en su  mayoría llegan  agónicos, pues son víctimas de maltrato. Tenemos un plan de adopción, brindamos asesoría y nos ganamos un premio en Londres por nuestra labor”, aseguró esta luchadora. Precisamente hoy realizarán una jornada de recolección de ayudas para los caballos en Gratamira.

César Andrés  Cruz vive en un separador vial de la Avenida 4 Norte con 34. Solo tiene un mueble con la ‘tripas’ afuera, algunos cachivaches de cocina y dos mudas de ropa.  Todo el día voltea  con su carretilla recogiendo material recicable. Lo increíble es que el dinero que se gana lo invierte en  alimento y medicina para los perros que recoge en la calle, porque tiene claro que su misión en la vida es ayudarlos. “¿Quién no se ennoblece ante la mirada indefensa de un animal? Hay que ser de hierro para no sentir amor por estos seres indefensos”, aclaró César  a quien le faltan dientes, pero le sobra nobleza.

No hay un dato concreto de la cantidad de fundaciones y personas que dedican su tiempo y su dinero a ayudar a los que no tienen voz, pero queda el dulce sabor de saber de que cada día son más los que se suman a la protección de los animales, ante la carencia de políticas efectivas.

*Nota publicada en el periódico Q'hubo

miércoles, 20 de mayo de 2015

CALI, EL DESTINO PARAÍSO DE LOS DESPLAZADOS

El contador del número de víctimas del conflicto armado en Colombia va creciendo cada segundo. Hasta el momento se han registrado 7.392.679, de las cuales Cali se queda con  una buena tajada.
Según estadísticas de la Unidad de Víctimas,  ‘La Sucursal del Cielo’ recibió 16.534 declaraciones de personas que salieron de sus tierras por  actos terroristas, amenazas, homicidios, torturas, secuestro u otras razones, y llegan en busca de una tierra prometida que está a punto de estallar.

Como si se tratara de una enorme colmena, donde la miel abunda, a Cali están llegando  en promedio 25 familias todos los días que se declaran  víctimas. Más o menos cada núcleo familiar está conformado por 5 personas, lo que nos revela una preocupante cifra: Cali recibe a diario 150 personas, en promedio,  que llegan  con una mano adelante y la otra atrás y en busca de ayuda humanitario a económica.

“Tanto va el cántaro al agua hasta que al fin se rompe”, dice un viejo refrán y es precisamente el que más se ajusta a la situación que está viviendo la ciudad con el tema del desplazamiento. Según Felipe Montoya, asesor de paz, solamente con el tema de los Embera Katío que estaban en El Calvario, el Municipio tuvo que desembolsar más de $2.000 millones para cubrir el tema de la salud. Los recursos iniciales para atender a la población desplazada salen del ‘bolsillo’ del municipio, dinero que se deja de invertir en otras necesidades básicas de la ciudadanía.

“El hecho de que seamos un municipio grande  no quiere decir que seamos ricos. El conflicto armado es un conflicto nacional y es el Gobierno nacional quien debe responder por las necesidades. La ciudad no tiene los recursos para mantener a tanta gente”, aseguró el funcionario. Pese a las ayudas que las personas en situación de desplazamiento reciben por ley, muchas de ellas creen que al llegar a Cali van a coger el cielo con las manos, pero luego se estrellan con una dura realidad.

“Llegué de Barbacoas (Nariño) con mis 7 hijos y sola. Recibí un subsidio de arrendamiento, pero eso no me alcanza, así que me tocó irme para  una invasión. En mi tierra salía a pescar y tenía la comida, acá me toca ‘matarme’ vendiendo chontaduro para darle a mis hijos aunque sea arroz. Si hubiera sabido que acá la cosa es tan jodida, me habría  ido para otra parte”, fue el testimonio de Olga, una afrodescendiente campesina a  quien la ciudad se la ‘devoró’. 

Entonces, ¿por qué se vienen para Cali?  Felipe Montoya da una explicación clara del porqué Cali será (más bien ya lo es), la capital del posconflicto y no es sólo cuestión de cercanía geográfica con las llamadas zonas rojas. “Esta es una de las plazas que más ayuda les da a los desplazados y respondemos de manera inmediata. Por ley entregamos  bonos de ayuda humanitaria de $40.000 de aseo y $60.000 de alimentación por persona. Si además llega sin nada y sin una red de apoyo, les damos un bono de mantenimiento de $300.000 y además tenemos una casa de paso que los acoge y les asegura la comida y otros beneficios... la gente se viene atraída por eso”, aseguró Montoya.

Lo increíble es que la gran mayoría llega con la información clara,  saben a dónde ir,  saben qué bonos les van a dar, los papeles que deben presentar y siempre le exigen a la ciudad unas condiciones de dignidad que son difíciles de cumplir. Es mucho el ‘vivaracho’ que se aprovecha. “La otra vez llegaron más de 100 personas de Chocó,  recibieron los bonos y luego  se montaron en un bus y se fueron... ¡le  sacaron a la ciudad $10 millones  en un día!”, dijo el Asesor de Paz.

Para Gustavo Rengifo, profesional de apoyo de la Alcaldía, esta ciudad está a punto de colapsar.
“Muchos se vienen para acá  porque ya tienen a algún familiar y buscan reunificación. Según los cálculos el número de desplazados que va a llegar a Cali este año se va a incrementar entre un 15% y 20%”, aseguró Rengifo.


Para nadie es un secreto que la entrega de viviendas gratuitas brilla como oro a kilómetros de distancia y todos quieren reclamar su botín. “Soy caleño raizal y toda la vida he sido pobre. Pago mis impuestos y  servicios públicos y es injusto que llegue alguien de Cauca o de Nariño y le den casa en menos de un año, en cambio a uno no le ayudan en nada”, aseguró Floresmiro Marín, quien lleva toda la vida anhelando tener un techo propio. Un ejemplo claro de esta situación es Valleverde, donde el 80% de sus habitantes son personas desplazadas. Hasta el momento el ‘Plan Jarillón’ ha reasentado a 3.972 habitantes, la gran mayoría provenientes de otros departamentos.

No todos son malos.
Pese a que la gran mayoría queda con un sabor amargo ante el tema de los ‘nuevos visitantes’, la realidad de estas personas es triste y complicada.“Salí de Padilla, Cauca, porque mi marido se metió en problemas y como no quise guardarle un maletín que estaba lleno de armas, él mismo me iba a matar al niño”, es el testimonio de una mujer de 40 años, que hoy está refugiada en el hogar de paso que ofrece la Asesoría de Paz. Ella sabe que debe ponerse a trabajar, pero lo único que sabe hacer es criar gallinas.

Una situación parecida vive otra mujer del hogar, quien busca a su marido como si fuera una aguja en medio de un pajar. “Mi marido se vino de Chocó porque lo amenazaron y me dejó con mis 6 hijos, Luego me amenazaron a mi y me vine a buscarlo, solo sé que está en una invasión y que yo tengo que trabajar para salir adelante”. 


Entonces, ¿qué puede hacer la ciudad ante este drama nacional? Felipe Montoya respondió: “El mensaje no es que vamos a cerrar las puertas, lo importante es que la Ley de Víctimas se diseñó desde Bogotá, sin tener en cuenta a los entes territoriales y nos pusieron una cantidad de obligaciones que son difíciles de cumplir”.

jueves, 7 de mayo de 2015

SE ACABÓ EL CALVARIO DE LOS EMBERA



LOS EMBERA KATÍO RETORNARON A SU TIERRA


Los espíritus de sus muertos tenían razón. Ellos debían regresar pronto a su tierra, sino una plaga 
de desolación, pobreza, exterminio y pobreza caería con toda la furia sobre ellos, los 202 Emberas 
Katìo que se asentaron en El Calvario. La primera señal de la tragedia que les venía encima fue la de Estefanía, la pequeña de 4 meses que sucumbió por un espíritu de muerte. Luego vinieron otros indicios que anunciaron el peligro. Muchos se enfermaron de tuberculosis, a otros el chikunguña los picó ferozmente, hubo una menor de edad abusada sexualmente y algunos jóvenes se estaban perdiendo entre el envolvente humo del basuco… se gastaban la plata que les dejaban para comer en esos cigarrillos del diablo. 

Para Esteban Queragama, definitivamente estas eran señales del cielo que le indicaban que los Embera Katío debían volver a su tierra, pero pasaron dos largos años antes de que su destino se cumpliera. Mientras tanto, los caleños vieron a las mujeres indígenas con sus bebés tirados en el suelo pidiendo una moneda para poder comer y también vieron a algunos de los hombres perder el orgullo y la dignidad se ser indígenas mientras mendigaban en un semáforo. 

La comunidad Embera, una de las más grandes en el territorio nacional (hay presencia de ellos en 
17 departamentos) desde hace algunos años se empezó a quebrar y varias familias tomaron la 
decisión, sin el permiso de sus gobernadores, de emigrar a otros territorios inhóspitos para ellos. 
Finalmente, luego de desenrollar una maraña de trabas burocráticas y culturales, las 42 familias  
que estaban casi que exiliadas en Cali recibieron la noticia de que todo estaba dado para que 
retornaran a la verdea Dokabú, en Pueblo Rico, Risaralda, donde los esperaban cerca de 8.000 
Emberas más que habitan el resguardo unificado.

EMPACARON SUS COROTOS Y DIJERON ADIÓS.


El martes en la mañana la loca rutina de El Calvario se vio interrumpida por la presencia de camiones, policías, agentes de tránsito y varios funcionarios públicos con emblemas de la Alcaldía, la Personería y la Unidad de Víctimas. Todo fue un corre corre. En improvisados costales y bolsas plásticas comenzaron a embalar ollas, ropa, zapatos, gallinas y hasta perros. Las mujeres se pusieron su mejor traje. Parecían muñequitas de porcelana, de esas que son bajitas, gorditas, con vestido de falda plisada, con ramitas verdes en sus orejas, diademas de flores en su cabeza y con los cachetes y los labios rojos. Definitivamente era una fiesta.

Los más jóvenes sacaron sus celulares y se hicieron las últimas fotos, para dejar retratada la ciudad que los acogió y en la que aprendieron a hablar mejor el español, a escuchar salsa choke, a comer pandebono con café, a cortarse el pelo al estilo americano y a teñirlo de rubio, y hasta los malos vicios de la calle. Porque acá en Cali aprendieron de todo. “Yo me voy a llevar la antena de Direct Tv porque no me pienso perder las novelas”, relató uno de  los jóvenes Embera, que ya había cambiado sus collares de chaquiras rojas, amarillas y azules, por cadenas y pulseras al mejor estilo blín blín, ese que se impone en la calle. 

Ante la mirada de drogadictos, borrachines, y recicladores de El Calvario, fueron saliendo los costales cargados con los corotos, perros y recuerdos que se acomodaron en cinco buses y cinco 
camiones que los llevarín a su destino. La luna se impuso en el cielo y poco a poco el olor a achiote, humo, y perro mojado se fue extinguiendo de entre los roídos cuartos de los inquilinatos donde residieron durante dos años. Quizás, solo dejaron uno que otro espíritu rondando en la noche.

ARRANCÓ LA CARAVANA. 

El reloj marcaba las 8:30 de la noche cuando la caravana que llevaba a los Embera Katío, a algunos funcionarios y medios de comunicación, empezó un largo viaje de 9 horas por carretera, recorriendo 295 kilómetros hasta internarse en la cordillera occidental del departamento de Risaralda.  “Acá sufrimos mucho, nosotros estábamos acostumbrados a cultivar plátano, yuca, cacao y en la 
ciudad pasamos hambre y enfermedad”, relató Compilia Campo mientras miraba por la ventana del bus El Calvario que dejaría atrás.

La sonrisa en aquellas caras indígenas, pintadas con figuras en tintura negra y roja, comunicaba lo 
que no lograban hacer con su lengua, porque el 70% de los Embera no habla ni entiende bien el 
español. Sus dientes ‘picados’ y negros por el tabaco delataban su felicidad de regresar al resguardo del cual salieron, según ellos, por el conflicto armado, pero todo parece indicar que fue por problemas internos con los Chamì.
Asì lo asegura Mónica Gómez, de la asesoría de paz de Risaralda y quien los conoce muy bien. “Hay problemas de división entre los Embera. La rosca de los Chamì se quedan con las ayudas, los empleos, las cosechas y a los Katío los están dejando a un lado, por eso ellos buscan que hacer. Lamentablemente los que salieron se fueron a mendigar, ya habíamos tenido el caso de 2.000 indígenas que se fueron para Bogotá y estuvieron casi 10 años. En el 2012 hicimos el proceso de retorno, así que los otros imitan el mismo comportamiento, el de la mendicidad”, aseguró la 
funcionaria.

El viaje estuvo tranquilo. Increíblemente los niños no lloraron, como si sintieran la calma que da 
estar en el vientre, en esa tierra que los parió. Las mujeres continuaron maquilladas, con sus labios 
y cachetes rojos a pesar del largo recorrido. “Dios supo que estábamos mal y por eso nos hizo 
regresar. Todas las noches le pedíamos en oraciones que nos hiciera volver”, dijo María Melba  Arce, mientras empuñaba uno de los 7 collares que tenía colgados en el cuello, según ella son símbolo de protección y representan los espíritus de sus ancestros.






Hacía las 4:40 de la mañana del miércoles, la caravana llegó hasta el Puente de la Unión, aquel por 
dónde pasa el río San Juan, ese mismo que cuyo vaivén conduce hasta Chocó. Allí tocó esperar a 
que el sol despuntara para poder iniciar por trocha una caminata de 20 minutos hasta Dokabú, donde los esperaban las autoridades indígenas Embera. 

Irman Ciànaga contó que los gobernadores harían una asamblea, para acomodar a los ‘recién llegados’ y devolverles el pedazo de tierra que habían dejado abandonado sin autorización. “Ellos 
acá tendrán todo lo necesario para volver a empezar y queremos que lo hagan bien, no habrá ningún problema”, aseguró tajantemente mientras sostenía su bastón de mando, ese que lo baña de poder.

Con la luz del sol rápidamente se iluminó la tierra prometida. Un extenso Valle enmarcado por la cordillera occidental, donde todo se mueve al ritmo del río y donde se escucha claramente el 
cantar de la naturaleza. Al lado de una escuela fue el descargue del ‘chivo’ de los Embera y también los esperaba una comisión de la Unidad de reparación de Víctimas con remesa y enseres. Las 42 familias serían ubicadas temporalmente en casas de sus familiares, mientras les construyen 
42 casas nuevas donde ellos deben volver a empezar. 

El encuentro no fue de jolgorio. Los ya asentados bajaron de la montaña a ayudar con el trasteo a 
lomo de mula, en motocarros y en canastos. Arnoldo Queraca Matumay, salió de 17 años de su 
tierra con conocimientos en agricultura y llegó dos años más viejo, con dos hijos, hablando español, aprendió a manejar el celular y hasta a pegar zapatos. Los bebés que nacieron en Cali no 
aprendieron a caminar sobre el pasto verde, sino que aprendieron a hacerlo esquivando los carros y las carretillas, esas que son el pan de cada día de El Calvario. No hay duda de los que regresaron 
a Pueblo Rico son Embera Katío, pero ya no son los mismos.

Hacía el medio día la caravana que los acompañó desde Cali se despidió. El retorno de los Embera 
Katío fue todo un éxito y un dolor de cabeza menos para la ciudad que recibe casi 17.000 desplazados por año. Los 202 Embera que marcaron un episodio de la historia de Cali, se fueron perdiendo entre la espesura de la montaña con sus trajes de colores, sus costales y hablando su lengua katío. Se alejaron no sin dejar esa sonrisa, esa que se escondía tras la sombra de El Calvario.

*Nota publicada en el periódico Qhubo
Fotos: Giancarlo Manzano











martes, 28 de abril de 2015

LOS PINTORES DE LA PAZ DE SILOÉ

SILOÉ PINTA DE BLANCO LA PAZ

Un combo de pintores tiene la osadía de pasar de  un sector a otro de siloé armados SOLAMENTE con rodillos y brochas. Su objetivo es colorear de blanco las fachadas para plasmar un mensaje de paz.

Cada brochazo  es como un grito ahogado, uno de esos que quiere ser escuchado con desespero, pero que se queda perdido entre uno de los tantos caminos torcidos de la loma. Cada gota de pintura espesa que  cae sobre el asfalto representa  el sudor  de los primeros arrieros que poblaron Siloé hace más de 90 años, y de la gente que todavía  saca pecho cuando dice: “Yo amo a Siloé”, frase que está plasmada en uno de sus muros.

Esta es una de las tantas historias que se dan en la ladera,  esa que toca trepar loma arriba entre callejones retorcidos y laberintos de concreto. Allí, jóvenes y otros un poco más canosos,  con brocha y rodillo en mano pelean a diario su propia lucha, esa que consiste  en pintar a Siloé de color blanco... del color de la paz.

“El blanco representa  pureza, tranquilidad, serenidad, es música para el alma”, dice Miguel Ángel García  mientras pinta una fachada del sector   Las Minas, allá donde la vista de Cali es de tipo postal.
Todo esto de colorear  a Siloé de blanco comenzó con la llegada del ‘Doctor Alemán’, la película que se filmó en el 2007. “Primero se pintaron las fachadas de La Estrella, La Mina y  el Mirador que era los sitios donde iban a grabar. Fue entonces cuando la Fundación Sidoc y la misma comunidad decidieron intervenir todo Siloé, darle un nuevo sentir al sector  y transmitir el mensaje de que somos más los buenos que los malos”, comentó Miguel.
Brochas que le ponen color a las fronteras  invisibles.  Nadie dijo que iba a se fácil  pasar de un sector a otro solamente armados con tarros, rodillos y pinturas. Esta era una idea que muchos tildaban de  suicida. Sin embargo la Fundación Sidoc le apostó a este proyecto social llamado ‘Pintatón’, con el cual además de resignificar la comuna al pintarla de paz, tiene como objetivo vincular a los jóvenes de los diferentes sectores, quienes se matan por una guerra cuya base es la intolerancia y el microtráfico.

Jorge Villaquirán sabe bien de eso. Él tiene 44 años y  siempre ha vivido en La Playboy y en La Mina, ambos sectores de Siloé. Villaquirán, junto a Miguel Ángel, son los coordinadores del grupo de 40  pintores que decidieron cambiar las armas y las drogas por el trabajo  comunitario, que se cansaron de ver sangre derramada y  ahora prefieren derramar el color de la paz sobre las descascaradas fachadas.

“Han habido contratiempos por meterse a otros sectores, pero uno va llegando pintando y va pasando la tal frontera invisible”, aseguró Jorge. Miguel tiene claro que no se trata de pintar por pintar, sino de llevar  un mensaje de cambio. “No es fácil llegar a algunos sectores, pero nos hemos convertido en testimonio para muchos ‘pelaos’ de los combos de que hay otra opción distinta al conflicto. La gente abajo ve la loma pintada de blanco, pero no sabe  todos los procesos de cambio que estamos realizando, la estigmatización es la que nos está matando”, aseguró este líder, cuyo sueño es estudiar trabajo social.

De las pandillas a la ‘Pintatón’.  Darwin Campo tiene 25 años y luego de muchos años de pertenecer a una pandilla, ahora se da el lujo de ‘patinar’ (andar) entre un sector y otro sin sentir miedo de perder la vida. “Yo me gané el respeto de la gente de la loma y ahora soy orgullosamente un pintor de la paz. De las pandillas no queda nada bueno, solo cicatrices (muestra la que le dejó un proyectil en el pecho) y perdición. Ahora estoy mucho mejor, no le debo nada a nadie”, aseguró este joven mientras daba brochazos en el sector conocido como Las Llantas, adonde años atrás no se imaginó que podía  llegar, pues vivía preso en su propio sector.

“La gente  ha respondido muy bien. Algunos tenían su fachada muy feita y se ponen contentos cuando se las dejamos luminosa”, aseguró Luigy García, uno de los trabajadores de la ‘Pintatón’.
Para este parche de 40 expertos en las labores de la brocha y el rodillo, ya no  importa si el compañero viene de Lleras, Tierra blanca o de Los Tanques. Aquí lo único que interesa es que todos tienen su cara y su ropa salpicada del color de la paz, y este es el ‘tatuaje’ que los identifica como miembros del parche de la ‘Pintatón’, ese que quiere ver a Siloé bonito y sin guerra.

  • 4.100 fachadas se han pintado en los diferente sectores de Siloé desde que comenzó la ‘Pintatón’
  • 130.00 pesos semanales se les paga a los jóvenes por su trabajo como pintores de fachadas.
  • 2007  comenzó el proyecto de la ‘Pintatón’ gracias a la filmación de la película ‘Doctor Alemán’.
  • miércoles, 25 de marzo de 2015

    EL SHOPPING DE LOS CACHIVACHES

    EL MERCADO DE LA CHATARRA


    ¡Todo barato, todo barato y hasta yo también me vendo!”, dice la canción de 'Ric y su Conjunto Sasón', pero esta frase es una de las más repetidas en uno de los comercios más inusuales y tradicionales de la ciudad: el mercado de las pulgas del Centro. Los domingos y los lunes festivos el barrio Sucre se llena de expertos cachivacheros, patrones de la chatarra y reyes del segundazo que complacen  con sus mercancías a los más avezados clientes.

    “Si necesita novia acá se la venden, y si no la tienen como usted la busca se la consiguen”, dijo entre carcajadas Enrique, quien andaba buscando un repuesto.  “Uno de aquí  no se va con las manos vacías, algo se lleva”, remató este comprador. Y está en lo cierto. En el ‘shopping’ de Sucre, que se extiende por la Carrera  9 y 10 entre Calles 16 a la 18, se pueden conseguir repuestos de vehículos y máquinas, ropa y zapatos de segunda en buen estado, toda clase de antigüedades, cargadores para celular, cables de todo tipo, electrodomésticos, juguetes, relojes, pelucas y hasta gafas con aumento.

     “La ‘merca’  se la compramos a los recicladores o uno mismo la busca y la repara. Yo tengo hasta réplicas de cuadros famosos a precio de huevo”, dijo Alexis Betancourth, quien lleva en el negocio  del mercado de pulgas más de ocho años. Esta plaza, que sólo funciona los fines de semana, puede ser bastante lucrativa. “En un día bueno uno se puede vender hasta $150.000,  eso sí, toca guerriarla”, dijo Francisco Montes quien vende zapatos de todos los estilos y prendas de vestir que van desde los  $500.

    A estos maestros del cambalache les toca  llegar antes de las 5:00 a.m. para asegurar su puesto en la calle, luego extienden un plástico o cartones sobre los andenes y empiezan a subastar sus tesoros al mejor postor. 


    ¿No lo quiere?, ¡se lo compro!

     Muñecas con el pelo chamuscado, cepillos para embolar zapatos, partes de motocicletas, monedas extranjeras, botellas de licor vacías, pedazos de pvc, trofeos, llaves,  tuercas oxidadas,  toda clase de losa, lámparas  de kerosene, y hasta escapularios son exhibidos. Usted se preguntará ¿quién compra una alcancía rota?, pues le puedo asegurar que hay clientes para todo.

    “La mejor compra que he hecho fue la de un portátil en  $100.000, y otro día compré una tortuga morrocoy en $7.000, me la llevé porque me dio pesar verla tirada en la calle y con calor, y ahora es mi mascota”, dijo Juan Carlos Erazo, quien visita el ‘shopping’ cada 8 días en busca de tesoros y ya tiene el olfato afinado para los gangazos. 

    Entre  cascos industriales, fajas reductoras, pedazos de manguera, destornilladores, espátulas y ruedas de juguetes, Elmer de Jesús Villegas busca un radio pero ya lleva en la mano un vaso de licuadora que  compró en 4.000 pesos. “Acá todo es más económico y lo mejor es que se encuentran cosas  que no venden en ninguna otra parte”, aseguró Elmer, quien cada ocho días  llega al Centro  con 10.000 pesos en el bolsillo y se lleva un canasto lleno de cacharros. 

    En medio de la algarabía, se nota que la vida en Sucre no es fácil, ni siquiera para alguien como Wilson Rodríguez, que se conoce todos los metederos de estas calles. “Me robaron mi carreta llena de chatarra, me confié y paila”, dijo mientras nos enseñaba el denuncio que interpuso. Y es que con la ‘fuma’ en la que Wilson mantiene a diario,  no se puede quejar porque la suerte también le ha sonreído. “La otra vez recogí un jacuzzi y lo vendí en $50.000”, comentó entre risas. 

    Tarots, crucifijos, televisores, abanicos, y hasta cortauñas viejos hacen parte de esta colección, una mina deseable para los cazadores de tesoros.

    Rebuscadores de sueños
    “Hoy vendo chicles, mañana lapiceros y si el cielo me da limones pues vendo limonada”, dice con el encanto paisa Richard (foto izquierda) quien busca un plante de chatarra para montar su propio negocio. Por su lado Martha y Katherin (foto derecha) son madre e hija y todos los fines de semana bajan desde Siloé en busca de un ingreso extra para el sustento de su familia.

    *Nota publicada en el periódico Q'hubo.
    Fotos: Wirman Ríos/Q'hubo


    • Muchos de los vendedores de la zona son habitantes de la calle que buscan ganarse la vida dignamente.
    • A este mercado de pulgas llega gente de todos los estratos sociales a comprar. También venden mercancía nueva.